Después de los incendios de North Bay, los inmigrantes indígenas mexicanos luchan en silencio, aislamiento

Claudia y su hija mayor Ana salieron a toda prisa en la madrugada del 9 de octubre y encontraron una calle llena de humo oscuro e iluminada por un resplandor color naranja. Los vecinos salían de sus casas, gritando mientras corrían de las llamas que saltaban de casa en casa en Coffey Park, un barrio de clase trabajadora en Santa Rosa, California.

“Se escuchaban explosiones, se veía el humo. Pensé que moriría “, relató Claudia recientemente por la tarde del domingo. Una mujer pequeña de unos cincuenta años con el rostro arrugado por el sol y el pelo canoso, Claudia recordó la noche en que se destrozó la relativa estabilidad que su familia había encontrado desde que cruzaron la frontera México-California hace dos años. Las mujeres se negaron a compartir sus nombres reales porque no tienen documentos. Claudia y Ana son pseudónimos.

“No se podía ver nada”, dijo, “el humo hizo que la noche fuera más oscura”.

Madre e hija corrieron hasta que el hijo de Claudia, Miguel (también un pseudónimo), pudo ir por ellas. Junto con la esposa de Miguel y sus dos hijos, la familia condujo por caminos atascados con otras familias que huían. El humo los siguió al sur.

Después de varias horas, se registraron en un hotel en Gilroy. No tenían forma de saber qué había sido de sus hogares, el viñedo donde Claudia y Ana recolectaban uvas o las obras de construcción donde trabajaba Miguel. No tenía sentido sintonizar la radio o ver las noticias para las actualizaciones de los incendios: no entenderían las palabras del noticiero.

Claudia y su familia no hablan español y mucho menos inglés, sino triqui, una de las 16 lenguas indígenas que se hablan en Oaxaca, un estado del sur de México. La familia fue entrevistada a través de un intérprete.

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A small figurine of a child is surrounded by rubble in a neighborhood that was burnt to the ground.
Dos meses después de los incendios, las figurillas, los utensilios de cocina y los esqueletos de los electrodomésticos se pueden ver dentro de montones de escombros indistinguibles en Coffey Park, un barrio de la clase trabajadora de Santa Rosa donde una vez vivieron Ana y Claudia. (Jackie Botts/Peninsula Press)

‘Lo más vulnerable’

Dos meses después de los incendios letales del ‘Wine Country’ (la región del Norte de California en los Estados Unidos conocida mundialmente por su famosa producción de vinos), una comunidad de inmigrantes indígenas Mexicanos, en su mayoría indocumentados y a menudo ignorados, continúa sufriendo en silencio y aislamiento. Muchos de ellos están luchando para obtener ayuda para víctimas de desastres mientras otras la están evitando por completo.

En un estado donde aproximadamente un tercio de los trabajadores agrícolas son indígenas mexicanos, la situación de esta familia triqui ilustra los desafíos que enfrentan las poblaciones vulnerables que hablan idiomas menos conocidos para acceder a la información y recursos críticos durante los desastres naturales. Es una historia que puede repetirse entre el sector no hispanohablante de unos 20,000 inmigrantes mexicanos indígenas que viven y trabajan en las regiones agrícolas de los condados de Santa Barbara y Ventura, donde el explosivo incendio llamado Thomas ha tomado más de 272,000 acres y más de 1,000 estructuras.

Durante dos años, Mariano Alvarez ha estado en contacto con unos 10,000 inmigrantes mexicanos indígenas en los condados de Sonoma y Napa, entre ellos los hablantes de triqui, mixteco, chatino, zapoteco y purépecha, según estima. Al igual que Alvarez, la mayoría vino a los Estados Unidos desde Oaxaca, escapando del desempleo, el hambre y la violencia. Aproximadamente uno de cada diez indígenas mexicanos que Alvarez conoce no hablan inglés ni español, mientras que muchos más hablan español limitado.

El consejero delegado del condado de Sonoma, Alegría De La Cruz, dijo que las agencias locales no siempre se dan cuenta de que muchos inmigrantes que trabajan en viñedos locales y granjas lecheras, construyen casas, dan mantenimiento a jardines y lavan autos, no hablan español. Su invisibilidad hace difícil que las agencias públicas cumplan  con las leyes federales y estatales para proporcionar intérpretes e información traducida a las poblaciones que no hablan inglés, una responsabilidad fundamental durante los desastres.

“La mayoría de las agencias públicas están en contacto con hablantes de lenguas indígenas, lo sepan o no,” sin reconocer que muchos no hablan español y han enfrentado una “marginación extrema a manos de mexicanos [no indígenas]” en su país de origen y aquí en los Estados Unidos, dijo De La Cruz. Esta marginación es un vestigio de la discriminación de hace siglos contra los indígenas en México, dijo.

“Los pueblos indígenas son los más vulnerables en estas situaciones”, agregó De La Cruz.

Además, el racismo profundamente arraigado significa que incluso los hispanohablantes o latinos proveedores de servicios a veces se hacen de la vista gorda con estos grupos, según Alvarez, que trabaja para la organización no lucrativa California Rural Legal Assistance, conocida por sus siglas CRLA. Es uno de los dos trabajadores comunitarios indígenas en los condados de Napa y Sonoma.

“Nadie está hablando de eso”, dijo Alvarez. “Siento que cuando los proveedores hablan sobre [la] comunidad latina, sienten que ya han cubierto a todos”.

Mariano Alvarez stands in front of a tree by the side of a street at sunset.
Mariano Alvarez está afuera de su oficina de Asistencia Legal Rural de California en Santa Rosa, luego de reunirse con cuatro clientes triqui que no han podido recuperar sus salarios perdidos durante los incendios. Es uno de los dos trabajadores comunitarios indígenas que prestan servicios en una región que, según estima, alberga a más de 10,000 inmigrantes indígenas de México. (Jackie Botts/Peninsula Press)

Los esfuerzos de un trabajador comunitario

Durante las primeras semanas de los incendios, Alvarez no vio a ninguna familia que hablara en lenguas indígenas en los centros de evacuación, los centros de asistencia de emergencia o las reuniones comunitarias. Él se preocupó.

En la tercera semana, Alvarez tomó camino, conduciendo a los campos de agricultura y visitando los centros laborales. Él y una intérprete mixteca quien viajó desde Fresno llevaron a cabo seis reuniones comunitarias para informar a los indígenas mexicanos sobre las opciones de ayuda para víctimas de desastres a nivel federal, estatal y local. En total, asistieron alrededor de 150 personas y aproximadamente la mitad no hablaba español. A Alvarez le preocupa que muchos más se hayan rezagado.

Se enteró de que algunas familias indígenas, que estaban demasiado temerosas para ingresar a los refugios de evacuación, inicialmente durmieron debajo de puentes, ríos y en sus automóviles. Varios cientos perdieron aproximadamente un mes de trabajo. Conoció de 15 a 20 personas que se habían quedado sin hogar cuando los echaron los propietarios que querían mudarse a sus unidades de alquiler, después de que se quemaran sus propias casas. Otras 25 personas indígenas perdieron sus propias casas o departamentos en el incendio, entre ellas Ana y Claudia.

Sin un hogar, sin comida

Después de pasar una semana en el hotel, Claudia, Ana y la familia de Miguel regresaron a Santa Rosa, habiendo agotado casi todos los ahorros de Miguel. Encontraron solo bases carbonizadas donde Ana y Claudia habían alquilado previamente una habitación en el sótano, en un arreglo por debajo del agua.

Dos meses después de que los incendios estallaron y un mes después de ser extinguidos, las dos mujeres aún permanecen en el atestado departamento de Miguel.

“Me paso todo el día adentro”, dijo Ana. Tiene miedo de salir porque podría ser descubierta por agentes de inmigración o por el arrendatario de su hermano, quien podría comenzar a cobrar un alquiler adicional. Ambas mujeres no han podido encontrar más trabajo en los campos y Claudia se preocupa de que sea demasiado mayor para ser contratada nuevamente.

“Estoy en una situación muy difícil, ahora hay más personas para alimentar”, dijo Miguel, mientras empujaba con una rama troncos humeantes en su chimenea. Perdió seis semanas de salario antes de poder encontrar un nuevo trabajo en construcción. Adornos brillaban en un árbol de Navidad detrás de él. “Necesito ayuda, pero no sé dónde conseguirla”. Claudia dijo que su familia a menudo se había ido a dormir con hambre para ahorrar dinero para pagar el alquiler en los últimos meses.

“A veces sueñas que estás comiendo tu comida favorita”, dijo Claudia. Su hija asintió.

“Al menos tienes tu sueño”, dijo Ana.

Skeletons of cars and fireplaces emerge amid fire rubble in the upscale neighborhood of Fountaingrove at sunset.
Los incendios desgarraron el llamado ‘Wine Country’ de California, arrasando con el lujoso barrio Fountaingrove de Santa Rosa, desplazando a miles de personas y dejando sin empleo a muchos jardineros y amas de casa, en su mayoría inmigrantes. (Jackie Botts/Peninsula Press)

‘Hay una solución’

“Conozco familias que no tenían comida para el Día de Acción de Gracias y Dios sabe lo que pasará el día de Navidad”, dijo Alvarez, después de cuatro citas consecutivas con clientes Triquis que estaban luchando para juntar dinero para gastos básicos después de los incendios. En unos minutos más, conduciría a la casa de un quinto cliente.

Alvarez explicó que muchos indígenas mexicanos están convencidos de que los recursos de la comunidad, incluso los que son disponibles para las personas indocumentadas, no están destinados a ellos: “Dicen: ‘Eso es solo para personas blancas, eso es solo para personas con documentación, sentimos que no calificamos para esos servicios'”.

La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, con siglas FEMA, dijo que hasta el día 10 de diciembre, no había recibido solicitudes para la interpretación de lenguas indígenas. Tampoco las había recibido el condado de Sonoma ni los coordinadores de UndocuFund, un esfuerzo financiado por la donación pública para apoyar a víctimas indocumentadas no aptas para recibir asistencia federal, a pesar de que UndocuFund colaboró con Alvarez y el presentador de un programa local de radio mixteco para correr la voz.

Incluso para aquéllos a quienes Alvarez ha convencido a solicitar ayuda, la barrera del idioma a menudo se interpone en el camino.

Miguel intentó solicitar ayuda de FEMA en nombre de sus hijos ciudadanos, pero no pudo comunicarse con el inspector que llegó a su casa, puesto que solo hablaba ingles y se fue rápidamente. Desde entonces, no recibió noticias, pero dijo que preferiría invertir más horas en su nuevo trabajo en lugar de tomarse el tiempo para averiguar qué salió mal o esperar que un programa de asistencia diferente pueda también fracasar fácilmente.

A pesar de la pérdida de su hogar, trabajo y sus pertenencias, Claudia y su hija planean encontrar una manera de quedarse en Santa Rosa y reconstruir sus vidas.

“No conocemos ningún otro lugar [en los Estados Unidos]”, dijo Ana.

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